Las líneas de Nazca, en el sur de Perú, son un enigma histórico que durante decenios ha excitado la imaginación y curiosidad de viajeros, historiadores y arqueólogos.
Hoy se sabe que los gigantescas líneas y geoglifos fueron obra de los pobladores de la cultura nazca, que habitaron entre los siglos I y VII el departamento de Ica, en el desierto costero del centro-sur de Perú, pero son muchas aún las incógnitas, lo que ha dado lugar a las interpretaciones más diversas, algunas tan peregrinas como la que las atribuye a la acción de extraterrestres.
También se sabe que ni la cultura nazca ni sus fabulosas líneas hubieran sido posibles sin otro vestigio grandioso del que no se ha hablado tanto: los acueductos de Nazca, un extraordinario sistema de pozos y canales subterráneos que permitió regar los campos de los nazca y producir los alimentos necesarios para que floreciera una próspera cultura en una de las zonas más áridas e inhóspitas del continente americano.
Se les ha llamado “los ojos de agua”, por los puntos de captación de agua de los acueductos y los respiraderos en forma de espiral de unos siete metros de profundidad que dejan percibir el agua en algunos puntos de la red.