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Shigeaki Kinjo tenía 16 años cuando cientos de habitantes de su archipiélago natal en Japón comenzaron a matarse a sí mismos. Y tomó una decisión que lo marcaría de por vida.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Kinjo y otros habitantes de las islas Ryükyü habían sido adoctrinados con la idea de que si las tropas de Estados Unidos invadían les asesinarían cruelmente y violarían a las mujeres.
Les inculcaron que antes que enfrentarse a eso sería mejor que acabaran con sus propias vidas. El Ejército Imperial Japonés incluso entregó a los civiles granadas de mano para lanzar a los enemigos e inmolarse, pero varias de ellas fallaron.
Cuando los soldados estadounidenses desembarcaron, Kinjo vio a un adulto de su pueblo matar a su propia familia a golpes con una rama de árbol y resolvió hacer exactamente lo mismo.