Los ecos de un aullido: la aterradora historia del hombre lobo

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El disfraz del hombre lobo, que quizá alguna vez has usado para celebrar Halloween, tiene un origen bastante truculento.

Drácula, la criatura de Frankenstein y el hombre lobo conforman la tríada de monstruos que más nos fascinan y aterran, siendo el último de ellos el más viejo de los tres. Y es que, mientras Drácula y la criatura surgieron en la Inglaterra del siglo XIX como personajes literarios que devinieron en mitos, el hombre lobo nació en la Antigua Grecia del mito del licántropo que luego devino en personaje literario.

Castigo divino

La palabra licántropo proviene del griego lykánthrōpos, y esta, a su vez, de lykos, que significa “lobo”, y anthropos, “hombre”, es decir, literalmente, “lobo hombre” o, mejor dicho, “hombre lobo”. La mitología de esta criatura surgió siglos antes de nuestra era en Arcadia, antigua ciudad griega donde el rey Licaón fomentaba el sacrificio de seres humanos (incluyendo recién nacidos) para comer sus entrañas en honor del dios Zeus, a pesar de que este condenaba tal acto de salvajismo. Enterado de ello, el amo y señor del Olimpo quiso revisar por sí mismo la persistencia de tan abominable práctica, apareciéndose en Arcadia disfrazado de mendigo para que no lo reconocieran.

Sin embargo, Licaón logró identificar al padre de los dioses y se le ocurrió poner a prueba su divinidad, invitándolo a un festín donde le sirvió carne humana, como si fuera la de algún animal. Desde luego, Zeus advirtió el intento de tomadura de pelo y, furioso, castigó al monarca y su prole convirtiéndolos en lobos.

De acuerdo con una versión más truculenta de este mito, la carne humana que Licaón le ofreció a la deidad fue la del más pequeño de sus hijos. Según otra versión, no menos siniestra, el sacrificado fue el vástago procreado por el gran dios y una hija del propio Licaón. En Metamorfosis, el poeta romano Ovidio dio voz a Júpiter (el símil de Zeus en la Antigua Roma) para que relatara vívidamente la transformación de este rey en lobo:

“Se dispone a perderme a la noche, preso del sueño, con imprevista muerte: complácele esta prueba de la verdad. Y no queda con ello satisfecho: de un rehén enviado desde el pueblo de los Colosos cortóle el cuello con la espada y así sus miembros medio muertos en parte los ablandó con agua hirviente, en parte los tostó con fuego colocado debajo. Tan pronto puso esto sobre las mesas, yo con mi llama vengadora derribé los penates dignos de su amo sobre su morada.

“Aterrorizado, el mismo huyó, y habiendo alcanzado las soledades del campo ulula y en vano intenta hablar; desde lo íntimo de sí mismo su boca acumula la rabia y su habitual avidez de matanza la emplea contra ganados y aún ahora se goza en la sangre. En pelos transfórmase su vestimenta, en patas sus brazos: se hace lobo y conserva vestigios de su antigua forma. Su canicie es la misma, la misma la violencia de su rostro, brillantes los mismos ojos y es la misma su imagen de fiereza.

“Cayó una sola casa, mas no una sola casa fue digna de perecer; por donde se extiende la tierra, reina fiera la Erinis. Diríase que se han juramentado para el crimen; sufran todos de inmediato los castigos que han merecido padecer: así firme está mi sentencia”.

La existencia de este mito se atribuye a que los arcadios eran un pueblo de pastores cuyos rebaños, e inclusive las personas, eran presas de los lobos. Como un ritual de protección contra estos depredadores, Licaón estableció el sacrificio de seres humanos para ofrendar su carne a Zeus. Es así como Arcadia fue el terruño de donde son oriundos los hombres lobo o licántropos de Occidente y, asimismo, de donde surgió la creencia de que estas criaturas pueden recuperar su forma humana.

Al respecto, se cuenta que en las familias de cierto linaje de la ciudad debía haber al menos un miembro que se convirtiera en hombre lobo. El “afortunado” era elegido al azar y sus familiares lo acompañaban hasta algún pantano o lago. Una vez ahí, lo desnudaban y colgaban su ropa en un árbol cercano.

El seleccionado se lanzaba al agua y nadaba hasta la otra orilla, emergiendo como lobo. Así permanecía en una manada de su especie durante nueve años. Al cabo de ese tiempo, si había vencido la tentación de ingerir carne humana, podía regresar al punto de partida, donde recuperaría no sólo su ropa, que lo esperaba en el árbol, sino también su fisonomía y vida de humano.

Acerca de esta especie de reversión de la licantropía en Arcadia circula la leyenda de un hombre que tomó parte en el sacrificio divino de un niño, del que probó sus entrañas, convirtiéndose en hombre lobo. Como tal vagó durante 10 años, al término de los cuales recobró su apariencia humana y así participó como pugilista en Juegos Olímpicos, resultando victorioso.

Encarnación del diablo

En efecto, Arcadia fue el epicentro de la licantropía; sin embargo, este mito tuvo presencia a lo largo y ancho de las antiguas Grecia y Roma, así como en otras viejas civilizaciones entre las que destacan la escandinava y la eslava, donde abundan las leyendas de hombres lobos, por ejemplo, los berserkers y los volkodlaks, respectivamente.

Con la llegada del cristianismo y la entrada en la Edad Media, la mala reputación de los lobos convirtió a los licántropos en la encarnación del diablo. Fue entonces cuando cundieron las supersticiones en torno a que era posible transformarse —voluntaria o involuntariamente— en hombre lobo mediante las consideradas malas artes (brujería, magia, hechicería y sortilegios), o bien ingiriendo pócimas o embarrándose ungüentos de ciertas hierbas en el cuerpo, entre otros métodos. Desde luego, la Iglesia y el Estado condenaron semejantes creencias, persiguiendo a sus practicantes y sometiéndolos a la Inquisición con tortura y pena de muerte incluidas.

En pleno Renacimiento, tal persecución continuó al grado de que “entre 1520 y 1630, en todo el occidente europeo fueron denunciados unos 30,000 casos de licantropía a las autoridades seculares y eclesiásticas.

El miedo a esas criaturas llegó a tales extremos que cualquier persona de costumbres excéntricas o con rasgos lobunos —por ejemplo, la cara estrecha o largos caninos— podía ser acusada, torturada y ejecutada durante las graves crisis de pánico que atribulaban al pueblo llano durante la sanguinaria actuación de los hombres lobo.

También se recurría a batidas populares con armas de fuego usando como munición balas de plata, ese metal noble que posee “el color de la propia luna”, detalla el escritor español Antonio José Navarro en Sabine Baring-Gould: la fascinación por lo sobrenatural.

A la luz de la Ilustración, entre los siglos XVIII y XIX, la licantropía comenzó a dejar de ser vista con superstición para empezar a considerarse más como efecto del consumo de alucinógenos e incluso como enfermedad física o mental.

Así, hacia el siglo XX, el hombre lobo transitó de criatura mitológica a objeto de estudio científico, y de protagonista de leyendas a personaje literario sobreexplotado por el cine, la TV y el cómic lo mismo que por videojuegos y los disfraces, hasta hoy en día.

(Con información de Muy Interesante)

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