El caso del gallo y el perro zombis

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El milagroso gallo Mike o los perros de Bryukhonenko son dos ejemplos de lo que podríamos zombis, ya fuera porque tendrían que estar muertos o porque fueron devueltos a la vida.

En 2005, en una serie de experimentos llevados a cabo en el Safar Center for Resuscitation Research de la Universidad de Pittsburgh consiguieron devolver varios perros al mundo de los vivos. El método es simple: se extrae toda la sangre de sus cuerpos y se sustituye por una mezcla salina enfriada a la que se ha añadido oxígeno y glucosa. Los perros entran rápidamente en paro cardíaco sin actividad cerebral detectable: están clínicamente muertos. Después de 3 horas, se invierte el camino recorrido, sacando la solución salina y reintroduciendo la sangre. Siguiendo el estilo del  Frankenstein de Mary Shelley, basta un electrochoque para volver a la vida. Solo unos pocos perros mostraron daños permanentes. Y aunque esto nos parezca fascinante, apenas es nada con lo que sucedió en una granja de Estados Unidos al poco de terminar la II Guerra Mundial.

El 10 de septiembre de 1945 un gallo Wyandotte de 5 meses y medio que picoteaba alegremente en el suelo de un corral de Fruita, Colorado. El pobre no se imaginaba el destino que le esperaba: iba a ser el invitado principal para la comida que tenía pensada Clara Olsen. Su marido, Lloyd, era el encargado de darle “el pasaporte”. Además, su suegra venía a cenar y le encantaba el cuello del pollo. Así que cogió el hacha y calculó cómo dejar la mayor porción de cuello posible. El golpe cayó y el galló debió morir. Pero no fue así.

Tras el hachazo, Mike, pues así se conoció al gallo desde entonces, regresó a sus quehaceres habituales… sin cabeza: picoteó por comida y se arregló las plumas. A la mañana siguiente Olsen encontró a Mike durmiendo con su “cabeza” bajo el ala. Para mantenerlo vivo el imaginativo granjero decidió alimentarlo con una jeringuilla, con la que introducía agua y grano directamente al esófago. Mike había nacido con estrella: el peculiar hachazo de Lloyd se llevó casi toda cabeza excepto una parte del tronco del encéfalo y una oreja. Y no solo eso. Al apurar tanto el golpe no había cortado la vena yugular y un coágulo había impedido que el pollo se desangrara. Como la mayor parte de los actos reflejos están controlados por el tronco del encéfalo (incluido el latido del corazón y la respiración), Mike sobrevivió… ¡año y medio! En ese tiempo engordó dos kilos y medio e hizo ganar una nada despreciable suma de dinero a sus dueños, más de 4.500 dólares de entonces al mes (hoy serían algo más de 50.000) y estuvo valorado en 10.000, la mayor cantidad jamás asegurada para un gallo.

Fue de regreso en uno de esos viajes donde los curiosos pagaban 25 centavos por ver al Milagroso Mike, cuando todo terminó. Al parar un motel del desierto de Arizona para dormir, el gallo empezó a dar muestras de asfixia. Los Olsen se habían olvidado las jeringuillas y no pudieron limpiar el esófago y un día de marzo de 1947, cerca de Phoenix, Mike murió… ahogado.

Pero si el caso del Milagroso Mike es el de un gallo que no llegó a morir, unos años antes, en 1940, se difundía por toda Europa occidental un documental soviético de casi 20 minutos dirigido por un tal D. I. Yashin. Su título nos avisa de que lo que vamos a ver es absolutamente pasmoso: Experimentos en la reanimación de organismos.

Tras los créditos iniciales, en los que se anuncia que la película se distribuye a través de la Sociedad médica Americano-Soviética, aparece el científico británico y premio Nobel de Medicina J. B. S. Haldane. En tono totalmente aséptico afirma que él, personalmente, ha visto los procedimientos llevados a cabo en la película en un congreso de biofisiología en Rusia. A continuación presenta al verdadero protagonista de la cinta: Sergei S. Bryukhonenko, del Instituto de Investigación de Terapia y Fisiología Experimentales de Voronezh, que “comparte el crédito por el desarrollo de la transfusión de sangre humana […] que han salvado muchas vidas durante la guerra”.

Fundido a negro y vemos el laboratorio de Bryukhonenko, que también era el inventor de un primitivo pulmón y corazón (el autojektor). La cinta muestra ahora los experimentos, que son narrados por Haldane. Comienzan con un corazón de perro conectado a una serie de tubos: usando su invento, Bryukhonenko mantiene su latido. También muestra un pulmón en una bandeja operado por fuelles. Haldane sigue narrando lo que sucede con un tono totalmente aséptico. Entonces aparece en pantalla el autojektor, que se ve abasteciendo de sangre a una cabeza de perro que responde a los estímulos externos.

Como en toda película que se precie, lo mejor se deja para le final. El equipo de Bryukhonenko seda a un perro, le drenan toda la sangre hasta que su corazón deja de latir y lo dejan así durante diez minutos, pasados los cuales se le conecta al autojekctor. Tras unos minutos el corazón fibrila y reinicia su ritmo normal, al igual que la respiración: el perro muerto ha resucitado. Mientras se ve a una de las enfermeras acompañada alegremente por el perro Haldane cuenta que después de 10 o 12 días el perro volvió a su estado normal, y termina diciendo que vivió años, creció, se engordó y tuvo familia. En las secuencias finales se nos muestran otros tres perros de los que Haldane va dando detalles de cuándo lo revivieron y durante cuánto tiempo estuvo muerto. Al parecer, Bryukhonenko y su equipo llevaban resucitando perros desde 1938.

La asombrosa filmación se presentó ante un grupo de científicos en 1943 en el hotel Waldorf Astoria de Nueva York. De lo que opinaron los que vieron la cinta, nada se sabe con certeza. Un misterio más.

¿Realmente consiguió un científico ruso, al comienzo de la II Guerra Mundial, devolverle la vida a un perro? A pesar del prestigio científico de Haldane, pocos piensan que fuera así. Lo más seguro -dicen los escépticos- es que estemos ante mera propaganda soviética: No obstante Bryukhonenko -pionero de las operaciones a corazón abierto- había publicado en revistas científicas y libros los procedimientos utilizados. En ellos dice que las cabezas solo sobrevivían unos pocos minutos y los perros resucitados unos cuantos días, y no horas y años como afirmaba el documental.

(Con información de Muy Interesante)

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