Conoce a Juliane Koepcke, la única sobreviviente del desplome del vuelo 508 de LANSA

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Junto a su madre, Juliane Koepcke abordó el vuelo comercial 508 de LANSA, en el Aeropuerto Internacional de Lima, Perú el 24 de diciembre de 1971 con rumbo a Pucallpa, otra ciudad de Perú con la esperanza de pasar Navidad al lado de su padre en un puesto de investigación en el Amazonas.

Juliane tenía 17 años, era hija de dos alemanes que estaban en Perú para estudiar la fauna del país, su madre era una ornitóloga reconocida y su padre un zoólogo de renombre mundial; sin embargo en ese momento solo viajaba con su madre, ella se sentó en el asiento 19F, al lado de la ventanilla, ya que disfrutaba de los bellos paisajes.

Conscientes de los dos accidentes fatales que los aviones de LANSA habían tenido en los años 1966 y 1970, madre e hija subieron al avión con la felicidad de pasar las fiestas junto al padre y con el nerviosismo de volar, además al llegar al mostrador les dijeron que el vuelo estaba atrasado, aunque no dieron mayor información de la situación.

Finalmente un avión turbohélice Electra L-188A, de Lockheed, llegó a la pista y comenzaron a abordar todas las personas que esperaban con ansias llegar a casa para pasar Navidad en familia como ellas, el destino era Pucallpa.

El viaje solo duraría una hora por lo que sería corto en consideración a otros viajes, durante la primera parte comieron sándwiches y bebidas que entregaron las azafatas, sin embargo en la segunda parte comenzaron a notar que las nubes comenzaron a oscurecerse y las turbulencias pequeñas se convirtieron en bruscos movimientos.

Fue cuando el avión se encontró en un área de tormentas eléctricas y turbulencias fuertes, aun así decidieron seguir el rumbo del viaje, aun cuando el Electra no estaba diseñado para volar en esas circunstancias por sus alas rígidas.

Los gritos comenzaron ante el pánico de los pasajeros “entonces vi una luz brillante en el ala derecha” contó Juliane en una entrevista “el rayo impactó el motor, pero el ala no explotó. Mi madre me dijo: ‘Es el final’. Después de eso, todo fue muy tranquilo”.

“El avión se partió en dos delante de mí” relató, para luego describir que todo era demasiado tranquilo, solo escuchaba el viento en sus oídos mientras estaba atada a su asiento “mi madre y el hombre que estaba sentado en el pasillo habían sido expulsados de sus asientos. Estaba en caída libre, veía el bosque debajo de mí cada vez más cerca. Luego, perdí el conocimiento”.

Fue alrededor de las 12:36 horas cuando sucedió, el avión se desintegró y cayó en miles de pedazos hacia la selva amazónica, los restos de la aeronave, pasajeros y tripulación quedaron esparcidos, por lo que las autoridades informaron que todos los pasajeros habían muerto, 85 pasajeros y seis integrantes de la tripulación, aunque los cuerpos de los fallecidos no habían sido encontrados.

Al día siguiente, Juliane despertó y vio en su reloj que aún funcionaba que eran las 9:00 horas de la mañana, apenas podía entender que había sobrevivido ante el shock traumático de haber caído más de 3 mil metros, sin embargo no sabía lo que le esperaba al estar en medio del Amazonas lejos de la civilización.

Juliane Koepcke en la portada de su libro Cuando caí del cielo.

Juliane perdió y recuperó la conciencia en varias ocasiones en las próximas horas, cuando por fin pudo pensar mejor se dio cuenta que tenía una clavícula rota, un brazo fisurado, una herida profunda en la pantorrilla, una vértebra estirada en el cuello, un ojo inflamado que no le permitía ver bien y varias heridas en brazos y piernas.

Pasó un día entero buscando a su madre, pero no la encontró. Recordó a su padre aconsejándole que si algún día se perdía en la selva debía buscar una corriente de agua y seguirla, de esa forma encontraría ayuda.

Pasaron cuatro días y ella seguía un arroyo hasta que encontró restos del avión y tres personas muertas.

“Me fue fácil huir porque no encontré ningún superviviente en el lugar del accidente. Si hubiera encontrado a alguien que estaba herido, entonces probablemente me hubiera quedado y eso hubiera significado la muerte para los dos”, relató.

Con una bolsa de caramelos y golosinas que encontró siguió su camino, miraba aviones y helicópteros de rescate, pero nadie podía verla entre el amazonas, por lo que en algún punto se dio cuenta que había sido dada por muerta.

Para sobrevivir, Juliane lanzaba su única sandalia hacia el frente para evitar a las serpientes que se camuflaban debajo de las hojas secas, aunque luego comprendió que los ruidos a su alrededor eran buitres rey, por lo que solo había dos opciones: comían a los pasajeros muertos o esperaban a que ella falleciera.

A pesar de su cuerpo lastimado, solo la herida en la parte superior de su brazo le preocupaba y es que huevos de mosca se habían incubado ahí y ahora tenía gusanos bajo su piel, por lo que trató de sacarlos con un anillo y una rama, pero no tuvo éxito.

El primer contacto humano

Fue nueve días después del accidente cuando Juliane encontró un bote y aunque al principio creyó que alucinaba, tras acercarse y tocarlo confirmó que era real. Siguió un camino a su lado y llegó a una cabaña donde encontró un motor fuera de borda y un poco de combustible diésel.

Su padre había desinfectado en el pasado una herida con gusanos a un perro vertiendo en ella un poco de queroseno, por lo que al recordarlo extrajo diésel y lo vertió en su herida, aunque fue doloroso funcionó y decidió descansar en esa cabaña.

Entonces escuchó voces en ese lugar, fue cuando vio a tres misioneros peruanos que vivían en esa cabaña quienes la confundieron con un Yemanjá, un espíritu de agua,

“El primer hombre que vi parecía un ángel”, dijo Juliane “Cuando me vieron estaban bastante asustados, pensaron que yo era uno de esos espíritus de agua llamados Yemanjá. Son rubias, supuestamente”.

Tras explicar la situación, los misioneros sanaron sus heridas y la llevaron en bote a un pequeño hospital en un pueblo, allí un piloto que conocía sobre el accidente la llevó con su padre en el centro de investigación en el que trabajaba.

Fue semanas más tarde cuando finalmente encontró a su madre, ella sobrevivió a la caída al igual que Juliane, sin embargo murió por sus heridas ya que no pudo moverse.

La joven sufrió pesadillas durante años por lo sucedido, sin embargo se graduó en biología en la Universidad de Kiel, en Alemania; fue hasta 1988 cuando volvió al Amazonas junto al cineasta alemán Werner Herzog para filmar el documental “Wings of hope” para contar su historia. Escribió el libro “Cuando caí del cielo” en 2011, en donde cuenta sus memorias sobre su experiencia en este trágico accidente.

(Con información de Debate)

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