Cómo el temido Tren de Aragua logró expandir sus tentáculos por América Latina desde una “lujosa” cárcel de Venezuela

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Si el Tren de Aragua fuera un “ferrocarril”, su estación central estaría en Venezuela y recorrería “Colombia, Brasil, Perú, Ecuador, Bolivia, Chile, y posiblemente Estados Unidos”.

La periodista e investigadora venezolana Ronna Rísquez emplea esta alegoría para ilustrar el alcance de las actividades delictivas de este grupo en su libro “El Tren de Aragua. La banda que revolucionó el crimen organizado en América Latina”, publicado este año por Editorial Dahbar.

Como parte de su investigación, Rísquez se hizo pasar por familiar de un recluso para entrar en Tocorón, la cárcel donde surgió el grupo criminal y desde donde opera uno de sus principales líderes en Aragua, una provincia ubicada en el centro norte de Venezuela, a unos 60 kilómetros de Caracas.

Durante aquella arriesgada incursión, Rísquez fue recibida por hombres “famélicos”, “vestidos con camisas blancas de mangas largas, corbatas rojas y jeans azules o blancos”, una especie de comité de bienvenida más parecido al “protocolo de un teatro” que a la imagen de caos y pobreza que comúnmente se asocia a las cárceles venezolanas.

En su visita descubrió que Tocorón dispone de discoteca, piscina, parque infantil, casino, restaurantes con terrazas, bares, licorerías, cajeros automáticos e incluso un zoológico que exhibe jaguares, pumas y avestruces, privilegios financiados con el dinero obtenido por actividades criminales.

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