¿Nos podremos entender con los extraterrestres?

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Uno de las grandes problemas del programa de búsqueda de inteligencias extraterrestres (SETI) es cómo conseguir superar el primer contacto con una especie alienígena de forma que nos podamos hacer entender.

El dogma de fe de los científicos que apoyan el programa SETI -casi todos ellos físicos e ingenieros- es que podremos llegar a entendernos porque la ciencia y las matemáticas son universales: los extraterrestres escribirán 2 + 2 de muy diferentes maneras, pero siempre será 4, y la ley de la gravitación universal siempre irá con el inverso del cuadrado de la distancia, sea cual fuere el lenguaje empleado.

Claro que este optimismo rayano en la euforia no lo comparten aquellos que no vienen de las ciencia duras. Ya a mediados de los años 60 el historiador de la Universidad de Chicago William MacNeill puso nerviosos a físicos y astrónomos al dudar abiertamente de la capacidad de los seres humanos para descifrar cualquier señal de origen extraterrestre: “nuestra inteligencia está muy aprisionada por las palabras y no veo que podamos imaginar el lenguaje de otra comunidad inteligente que no tenga muchos puntos de contacto con el nuestro”. Y cuando le contestaron ondeando la bandera de la universalidad de las leyes de la ciencia y las matemáticas MacNeill respondió que dudaba de que “sus matemáticas fueran conmensurables con nuestras matemáticas”.

El problema de fondo con el que pocas veces se enfrentan quienes buscan civilizaciones extraterrestres es que, aunque quieran impedirlo, no pueden dejar de antropomorfizarlas. La prueba más diáfana de tal hecho es que transfieren nuestra cultura al resto del universo amparados en la universalidad de la ciencia. Por ejemplo, el premio Nobel de Física Steven Weinberg afirma que al traducir las obras científicas de los extraterrestres a nuestras palabras veremos “que nosotros y ellos habremos descubierto las mismas leyes”. Esta es una creencia que lleva bien implantada desde hace tiempo, más concretamente desde la década de los años 60, cuando el físico Edward Purcell se preguntaba: “¿De qué podemos hablar con nuestro lejanos amigos? Tenemos mucho en común. Tenemos las matemáticas, la física, la astronomía…”. Dicho de otro modo, seremos capaces de armonizar su ciencia con la nuestra.

Pero no nos dejemos llevar por el entusiasmo pues esta creencia está basada en un apriorismo: como los científicos de todas las naciones de la Tierra aceptan la validez del mismo conjunto de leyes, extrapolan -sin demostrar- ese comportamiento al resto de los planetas habitados del universo. El problema de fondo de quienes están convencidos de que podremos relacionarnos con extraterrestres es mucho más profundo que la forma en que los extraterrestres escriben E = mc². ¿Cómo determinaremos si tienen un lenguaje y una práctica científicas? Si ya es complicado distinguir lo que es ciencia y de lo que no lo es en la práctica diaria aquí, en la Tierra -un problema que en filosofía se conoce como el criterio de demarcación-, ¿cómo hacerlo con una cultura con la que no tenemos nada que ver? Pero seamos optimistas e imaginemos que podemos transformar la ciencia extraterrestre en algo que podemos reconocer como nuestra ciencia. ¿Qué es lo que nos queda? Por supuesto no una ciencia universal sino una forma de conocimiento hecha a imagen de la ciencia terrestre. El psicólogo Douglas Vakoch, presidente de la organización Messaging Extraterrestrial Intelligence, advierte que cuando dos científicos difieren en su biología, cultura e historia, sus modelos de realidad pueden ser considerablemente distintos: “el meollo del asunto es que ninguna especie inteligente puede entender la realidad sin hacer ciertas elecciones metodológicas”.

La ciencia no constituye ese lenguaje universal, ese punto de unión entre civilizaciones que muchos científicos creen que es. El camino de la ciencia no es único; nosotros hemos recorrido uno desarrollado dentro de la cultura judeocristiana, pero no tiene por qué coincidir con el de otras civilizaciones. Nuestra revolución científica, comenta el David N. Linvingstone, profesor de geografía e historia intelectual de la Universidad Queens de Belfast (Irlanda), no fue un fenómeno uniforme sino un proceso histórico muy complejo. Fue un conocimiento local que se hizo universal gracias a que se estandarizó, se protocolarizó, lo que impuso ciertas prácticas sobre otras. Por ejemplo, en Mozambique el pueblo Mbamba ha sido capaz de identificar entre los cientos de comportamientos del llamado pájaro-miel aquellos que el animalito usa para llevarles a donde están los panales de abejas. Pero para ello no han realizado ningún tipo de estudio científico, ni se han basado en el modelo hipotético-deductivo que usa la ciencia occidental. Ellos han llegado a ese resultado etológico por otro camino. Si esto ocurre en nuestro planeta, ¿cómo de extraño no será en otro?

Esta devoción casi religiosa de físicos e ingenieros por una ciencia universal suele oler a cuerno quemado a filósofos de la ciencia como Nicholas Rescher. Cuando le preguntan sobre esto, lo desdeña añadiendo que es una forma de pensar provinciana creer que existe un único mundo natural y una única ciencia que lo explica. Rescher considera que el universo es singular pero sujeto a muchas y muy diversas interpretaciones, e identifica tres condiciones que deben cumplirse para poder afirmar que la ciencia alienígena es funcionalmente equivalente a la nuestra. Primera, que sus matemáticas sean como las nuestras; segunda, deben estar interesados en el mismo tipo de problemas que nosotros; y tercera, deben tener la misma perspectiva cognitiva de la naturaleza que nosotros. Lo que está diciendo Rescher es que la ciencia no es algo infuso, que viene como el maná, llovida del cielo y sin conexión con nuestra forma de ser, sino que está anclada en la forma en que percibimos el mundo, la herencia cultural -que es la que en último término determina lo que es interesante- y su nicho ecológico -que decide lo que es útil-.

Para Rescher las ciencias naturales tal y como las conocemos son una creación humana correlacionada con nuestra inteligencia. Lo que sabemos de la realidad física nace de nuestra biología, de nuestro desarrollo cognitivo, de nuestra herencia social y cultural y de nuestras experiencias únicas y exclusivas de la especie. No tenemos ninguna razón para suponer que los extraterrestres posean nuestros mismo atributos biológicos, tradiciones culturales o perspectiva social. Por tanto, la ciencia humana es inconmensurable con la ciencia alienígena. Si la desarrollan, será su tipo de ciencia, no el nuestro: será una forma totalmente distinta de conocimiento. Rescher no niega que no exista el mundo real de los científicos y que la ciencia produzca un conocimiento único sobre la estructura de la realidad; lo que no acepta es que podamos equiparar la ciencia humana con una ciencia creada por seres radicalmente distintos.

El golpe de gracia a esta ingenuidad de la universalidad de la ciencia lo da el historiador de la ciencia George Basalla: “De lo que no son conscientes los científicos es que la ciencia es una empresa joven, con solo cinco siglos de vida frente a los cinco millones de años de los homínidos. Nuestros antecesores sobrevivieron y se difundieron por el planeta sin la ayuda de la ciencia… no es en absoluto una necesidad para la supervivencia de nuestra especie”. Y si la ciencia no ha impulsado la mayor parte de la historia de la humanidad, ¿por qué creemos que es una forma de conocimiento que podemos encontrar en cualquier lugar del universo?

(Con información de Muy Interesante)

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