Buscando civilizaciones extraterrestres más de 60 años y cero resultados

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SETI, el programa de búsqueda de inteligencias extraterrestres, lleva en marcha desde finales de la década de 1950 y tras todo ese tiempo no se ha encontrado la más mínima evidencia de que realmente exista lo que están buscando.

Si hay una ciencia sin objeto de estudio esa es SETI, la búsqueda de inteligencia extraterrestre, entre cuyos máximos defensores encontramos a Carl Sagan, Frank Drake y Jill Tarter. Desde que empezara el programa de escucha de las hipotéticas emisiones de civilizaciones allá por mediados del siglo XX el resultado ha sido, y es, cero, leai, zero, sifre, zewo.

El último fracaso vale 100 millones de dólares: es la iniciativa Breakthrough Listen -financiado por el multimillonario ruso-israelí (pero residente en California) Yuri Milner- que operativamente comenzó en 2016 y se espera que continúe durante 10 años. ¿Su objetivo? El de siempre: detectar transmisiones lanzadas al espacio por civilizaciones tecnológicas en otros mundos. Para ello están usando dos grandes radiotelescopios: el Robert C. Byrd de Green Bank, con 100 metros de diámetro, en Virginia Occidental (EEUU) y el Parkes, en Nueva Gales del Sur (Australia).

El equipo encargado del proyecto ha hecho público el pasado mes de junio el análisis de 1 petabyte (o 1 millón de gigabytes) de datos recogidos, tanto en radio como en longitudes de onda óptica, tras observar más de 1 000 estrellas a una distancia de 160 años-luz de la Tierra. ¿Y qué han dicho los investigadores tras anunciar sus nulos resultados? Lo que llevan repitiendo desde 1960: que solo hemos arañado la superficie, que es necesario seguir escuchando en otras longitudes de onda… En esencia, invocar la primera línea del Credo SETI, que tan diáfanamente expuso Stephen Hawking el día de la presentación en público de Breakthrough Listen: “En un universo infinito, debe haber otra vida”. Y si no la encontramos no es porque no esté: es porque tenemos que buscar más o, como dijo uno de los investigadores, porque quizá la búsqueda se realizó en las frecuencias equivocadas, o porque esas señales estaban ‘tapadas’ debido a la interferencia de radio de la Tierra. Amén.

Curiosamente nunca jamás los investigadores de SETI se han atrevido a explicar su fracaso de la forma más obvia: a lo mejor no escuchan nada porque nadie emite. Decir eso es sacrílego.

Cuestión aparte es que SETI es una pasión puramente norteamericana: no existe nada parecido en ningún otro país del mundo. Su obsesión por los extraterrestres, ya sea en forma de abducciones, luces en el cielo o destellos en un radiotelescopio, debería ser motivo de estudio. Porque solo así se entendería que los famosos TED le dieran un premio de un millón de dólares a Jill Tarter por ser una mujer creativa y audaz capaz de provocar un cambio global, o que la revista Time la considerara en 2004 una de las 100 personas más influyentes del mundo. Lo cual tiene su ironía: Tarter lleva toda una vida -¡desde 1979 nada menos!- dedicada a una línea de investigación cuyo objeto de estudio no se sabe si está ahí y sin producir otro resultado que no sea cero, leai, zero, sifre, zewo. Eso sí, sigue inasequible al desaliento.

Sin querer, uno de los integrantes del Breakthrough Listen, el astrofísico Danny Price de la Universidad de California en Berkeley y autor principal del artículo en el que daban a conocer los resultados en la revista Astrophysical Journal, reveló lo que realmente es SETI: “es un reflejo de nosotros mismos y de nuestra tecnología”. SETI tiene más en común con la fe religiosa que con la ciencia. Según Erik Korpela -un científico que trabaja en el primer programa de ciencia ciudadana que apareció en el mundo, SETI@home- el coste de todos los proyectos destinados a buscar ET está entre 7 y 13 millones de dólares anuales. Y todo para cero, leai, zero, sifre, zewo.

El argumento que usan los de SETI para defender sus más de 60 años de fracaso continuo es el mismo que podemos escuchar en boca de los defensores de la existencia de fantasmas: ausencia de pruebas no es prueba de ausencia. La diferencia entre ambos es solo una: los fantasmólogos, de vez en cuando, presentan ‘pruebas’ de aquello en lo que creen.

(Con información de Muy Interesante)

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